El descubrimiento es una de las pruebas más impactantes de uno de los comportamientos más específicamente humanos: el cuidado de los muertos

María Martinón se subió a un tren regional en Alemania y se sentó con una caja sobre sus rodillas, sin saber que dentro había un niño muerto. Era el 15 de marzo de 2018. Martinón había recogido el paquete en un centro científico alemán e iba camino de Burgos, al Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, del que es directora. La experta solo sabía que llevaba encima un bloque de tierra de Kenia, del que asomaban dos dientes que no parecían de mono. Tras tres años de investigación, el contenido de aquella caja se revela este miércoles al mundo en la portada de la revista Nature, el templo de la ciencia mundial: eran los restos de un niño fallecido y enterrado con mimo hace unos 78.000 años. Es la tumba conocida más antigua de África y una de las pruebas más impactantes de uno de los comportamientos más específicamente humanos: el cuidado de los muertos.

Cuando Martinón llegó a los controles de seguridad del aeropuerto de Múnich aquel día de 2018, un agente le preguntó si podía abrir la caja. “Preferiría no hacerlo”, respondió Martinón, parafraseando conscientemente al protagonista del cuento decimonónico Bartleby, el escribiente. “En el escáner del aeropuerto no se veía nada”, recuerda la investigadora. Fuera lo que fuese lo que había allí dentro, se estaba desintegrando. Al llegar a Burgos, su equipo comenzó un minucioso trabajo para averiguar qué había dentro de aquel frágil bloque de tierra. “Fue como excavar el fantasma de un niño, la sombra de sus huesos”, rememora Martinón.

Los restos humanos aparecieron en 2017 en la cueva de Panga ya Saidi, un yacimiento arqueológico situado cerca de la costa de Kenia. Los trabajos de restauración llevados a cabo en Burgos fueron desvelando poco a poco un hueso por aquí y otro por allá, hasta llegar al descubrimiento definitivo: alguien hizo un hoyo hace unos 78.000 años, colocó el cadáver de un niño recostado sobre su lado derecho y lo enterró. La disposición de los huesos sugiere además que el pequeño, de unos tres años, tenía en la tumba una especie de sudario y algo parecido a una almohada. Martinón cree que “la extrema delicadeza y ternura” con la que fue tratado muestra que el niño significaba algo para su grupo. “Está arropado como lo habrían arropado en el lecho al ponerlo a dormir”, detalla. Los investigadores han puesto nombre al crío: Mtoto, una palabra que significa niño en suajili.

La paleoantropóloga María Martinón muestra los restos de Mtoto al arqueólogo Emmanuel Ndiema, en Nairobi.
La paleoantropóloga María Martinón muestra los restos de Mtoto al arqueólogo Emmanuel Ndiema, en Nairobi.PILAR FERNÁNDEZ COLÓN

África es la cuna de la humanidad y buena parte de la comunidad científica cree que allí también surgió el comportamiento humano moderno, ese que nos separa del resto de los animales. Sin embargo, fuera de África ya se conocían enterramientos mucho más antiguos que el del niño Mtoto. En los yacimientos de Qafzeh y Skhul, en Israel, se han identificado sepulturas de Homo sapiens arcaicos de hace entre 90.000 y 130.000 años. En la cueva de Tabun, también en Israel, se encontró el enterramiento de una mujer neandertal, con una antigüedad probable de unos 122.000 años.

Todavía no hay una explicación para ese desfase de unos 40.000 años entre las primeras tumbas conocidas en África y las de Oriente Próximo. Una de las posibles razones es que, simplemente, en el continente africano no hayan aparecido sepulturas más antiguas porque no se ha excavado lo suficiente. Otra opción, apunta Martinón, es que hubiera rituales funerarios que no dejasen huellas arqueológicas. “Si, por ejemplo, dejaban los muertos al aire y se ponían a bailar alrededor de ellos, eso no deja rastro”, hipotetiza. “Y otra posibilidad que yo no cerraría es que este tipo de comportamientos no se haya originado en África, sino en Oriente Próximo. ¿Por qué no?”, añade.

Recreación artística de la tumba del niño Mtoto.
Recreación artística de la tumba del niño Mtoto. FERNANDO FUEYO

Martinón recogió la caja con los restos del niño en el Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, en Jena (Alemania), de manos de uno de sus científicos, Emmanuel Ndiema, también jefe de arqueología de los Museos Nacionales de Kenia. Ndiema explica que los habitantes de la cueva de Panga ya Saidi —Homo sapiens, como los humanos actuales— debieron de ser cazadores y recolectores, con acceso a los recursos de la sabana y a los del cercano océano. Según Ndiema, el yacimiento keniano sugiere que “la evolución de las habilidades cognitivas y de las relaciones sociales pudo ocurrir antes de lo que se pensaba”.

El paleoantropólogo francés Bernard Vandermeersch dirigió las excavaciones de la cueva israelí de Qafzeh hace más de medio siglo. El investigador, de 84 años y afincado en Madrid, aplaude el nuevo trabajo, en el que no ha participado. “Es un descubrimiento muy bonito e importante, porque no sabíamos casi nada sobre las prácticas funerarias durante la Edad de Piedra Media en África, aunque no es sorprendente encontrar un enterramiento así en ese periodo de hace 78.000 años”, opina Vandermeersch. “Es importante, pero no modifica lo que ya sabíamos sobre el comportamiento de los Homo sapiens del Paleolítico Medio”, añade.

Hasta ahora, los dos posibles enterramientos más antiguos de África eran los restos de un niño de hace unos 69.000 años hallados dentro de un agujero en Taramsa (Egipto) y los huesos de otro niño, de hace unos 74.000 años, encontrados en 1941 en Border Cave (Sudáfrica). El equipo de Martinón cree que estas dos sepulturas, junto a la nueva de Mtoto, sugieren que los Homo sapiens ya preservaban los cadáveres de sus niños en esta época.

Vista general del yacimiento de Panga ya Saidi, en Kenia.
Vista general del yacimiento de Panga ya Saidi, en Kenia. MOHAMMAD JAVAD SHOAEE

El arqueólogo británico Paul Pettitt recuerda que muchos de los yacimientos con presuntas sepulturas se investigaron hace décadas, por lo que “a veces es cuestionable que sean auténticos enterramientos y no esqueletos preservados de manera fortuita”. Pettitt cree que las sofisticadas técnicas empleadas con los restos del niño Mtoto sí muestran de manera “inequívoca” que se trató de un enterramiento deliberado. “El entierro no era la forma estándar de tratar a los muertos, así que surge la pregunta de qué extrañas circunstancias hacían que se eligiera para algunos individuos”, reflexiona el investigador, de la Universidad de Durham, en Inglaterra.

Pettitt, autor del libro Los orígenes paleolíticos del entierro humano (editorial Routledge), sostiene que los enterramientos fueron muy infrecuentes hasta hace unos miles de años y probablemente solo se utilizaron tras muertes excepcionales. Quizá Mtoto era un niño especial por alguna razón. María Martinón se llevó los restos del crío de vuelta a Kenia el 22 de mayo de 2019. Lo que queda de sus huesos se custodia en la cámara de los fósiles de los Museos Nacionales de Kenia, en Nairobi, junto a los restos del primer Homo habilis y al esqueleto del llamado chico de Turkana, un Homo erectus de 1,6 millones de años. “Allí lo dejamos, con los más grandes”, celebra Martinón.

Fuente: elpais.com