«No me seduce la jubilación para irme por ahí de viaje», explica el fundador de Calzados Sir
Antonio Olivella tiene 88 años, trabaja desde los 14 y continúa haciéndolo cada día. Para él es la única forma de vida posible. Sin embargo, el estado de alarma le ha obligado a quedarse en casa. «Lo estoy pasando muy mal, tremendamente mal», explica a 65Ymás. «Soy un hombre activo y esta situación imposibilita mi actividad. Si no puedo moverme me siento fatigado, en cambio trabajando me siento fuerte«, asegura.
En cualquier caso, Antonio, «un nombre que da vitalidad y fuerza«, no ha dejado de ocupar su tiempo durante estas semanas de confinamiento. «Me he dedicado a leer una novela muy bonita que me regalaron y que se titula Cuatro días en París. También pongo la televisión para distraerme, miro la calle y saco a pasear a un perrito de mi señora, Nuria. Lo llevo por un aparcamiento grande que hay debajo de casa», relata.
Lo primero que transmite Antonio al hablar con él es una absoluta humanidad y serenidad. Nos explica cómo vino al mundo el mes de julio del año 1932, «aunque ahora no me acuerdo del día», en Barcelona, en El Clot, un barrio tradicional del distrito de Sant Martí. Casado y con tres hijos, cuenta que en su familia eran cinco hermanos de los que solo queda él porque los otros cuatro «están al otro lado». «Estoy cerca de los 90 años y estoy deseando irme con ellos. Pero como soy una buena persona, el Señor me da una salud de hierro y la salud te la dan cuando te la mereces. Yo quiero ir con mis hermanos porque la muerte no existe, es un cambio de dimensión. Aquí estamos pasando las pruebas y todas las mías son buenas. Por eso me siento feliz interiormente, porque no he robado a nadie en la vida ni he dado un mal paso, aunque a mi sí me han maltratado ciertas personas. Pero la gente no morimos: dejamos este cuerpo, pero seguimos viviendo. Sé que mi madre, mi padre y mis cuatro hermanos me están esperando«, señala.
«Cuando era joven, la cultura era muy poca y mis estudios los justos. Con tan solo 14 años emigré a La Coruña porque, como he dicho, éramos cinco hermanos y así descargaba la economía familiar. Todos no podíamos comer de la tienda de despojos de mi padre. En Galicia estuve durante diez años jugando al fútbol en el Villalba de Lugo, donde tenía buenos amigos. Volví hace cinco años y ya no queda nadie de mi equipo», explica.
Pero, evidentemente, Olivella no solo jugaba al fútbol. También trabajaba –y mucho– en un matadero que había en el pueblo de Betanzos. «Allí se mataban pollos y gallinas y llegó una enfermedad por la que cada día se morían mil pollos. Como el Señor me protegía, yo era el que tenía que sacarlos de allí con las manos y nunca me cogió la enfermedad. Cuando entraba a los corrales le pedía al Señor que me diese fuerza y él lo hacía», rememora Antonio.
Un pequeño imperio con zapaterías ortopédicas
Diez años después, ya con 24, volvió a Barcelona y se hizo cargo del negocio de «casquería para la venta de despojos» que tenía su padre. Pero la vida, bien lo sabe Antonio, da muchas vueltas y después de casarse con Nuria y «aunque yo no sabía mucho de esas cosas, cogimos una tiendecita y empecé a prepararme para conocer las enfermedades de los pies. Trabajando y abriendo puertas me he convertido en una persona conocida en Cataluña como médico naturópata», confiesa, antes de recordar que «en aquella época no había escuela de podología en Cataluña». «Yo estudié por mi cuenta los fenómenos del pie y como Dios es mi socio, me enseñó a curar dentro de mis limitaciones», indica.
Su perseverancia y amor al trabajo –él se define diciendo: «Soy de los hombres que pican la piedra«– le llevaron en volandas en aquella tienda. «Me hice conocido en mi trabajo porque he creado cosas con plantillas ortopédicas, escarpologías en las que se cambia el punto de apoyo del pie, pero no por dentro del zapato, sino por la suela. Eso me hizo ganar una cierta fama y la gente me ha respondido«, sostiene.
Ese trabajar sin parar y esa «cierta fama» hicieron que Antonio Olivella pueda decir hoy: «Ahora tenemos cinco tiendas de zapatos y ortopedia. Se llaman Calzados Sir y la central está en Ronda de San Antonio 23, en el Eixample. Hemos hecho un pequeño imperio con las zapaterías, pero yo sigo viviendo como siempre, porque yo antes que empresario soy trabajador. Por eso voy a trabajar todos los días y todos los días como comida de obrero en un restaurante de obreros«.
Cuando la gente le pregunta por qué no se jubila, él les contesta que tiene que estar en el trabajo. «Para un hombre de mi carácter es un error jubilarse. Me sentiría un parásito. No me seduce la jubilación para gastar dinero e irme por ahí de viaje, lo que quiero es paz espiritual y eso me lo aporta saber que cada mañana me levanto para ir a trabajar. Mi padre me enseñó una cosa que nunca he olvidado. Me enseñó a trabajar y así sigo, trabajando», explica.
Orgulloso, confiesa que en su trabajo es «un triunfador» porque he creado una «pequeña escuela de curación» y la gente le quiere. «El que me pueda pagar que me pague y el que no pueda que no lo haga«, añade. Como tantas otras cosas, Olivella tiene muy claro que «el dinero no es lo importante, no vale nada, porque no nos vamos a llevar nada, todo se va a quedar aquí en la tierra. Lo único importante en la vida es el amor y la alegría. Las personas que quieren hacerte daño y quitarte la alegría son demonios, pero yo las perdono y no hago daño a nadie.».
«¿Mi secreto? Creer en la otra vida»
Antonio asegura que el secreto para tener 88 años y continuar tan activo no es otro que «creer en la otra vida, por eso soy tan activo física y espiritualmente. Intento hacer el bien todos los días y no cobrar a quien no tiene porque cuando me vaya no me voy a llevar nada. Lo importante es la paz, la humildad y el amor, pero el amor completo no existe. Aquí hay muchas envidias y yo no envidio a nadie. Vivir sin envidia es mi mayor placer«.
Antonio ha vivido la Guerra Civil, la posguerra y muchas otras cosas antes de que llegara la pandemia que ahora sufrimos. «He visto de todo y he pasado de todo, también hambre y he dormido en la pequeña furgoneta en la que hacíamos los transportes del matadero», cuenta. Pero el peor momento de su vida fue cuando le diagnosticaron cáncer de colon. «Todos mis hermanos lo tuvieron también. Mi mujer y yo fuimos a Sanitas. Ella quería hablar con un especialista, pero yo no quise, quería que me viese el que estuviese de turno, que fue un chico joven que me dijo que había que operar. Lo hice y nunca más he vuelto a tener un problema. Estoy tocado por la barita de Dios«.
Respecto a la pandemia de COVID-19, dice que «lo que está pasando está hecho por los chinos y los americanos». «El Señor no nos manda estos microbios. Yo no soy político, jamás he votado ni a derechas, ni a izquierdas, ni a centro. No creo en los políticos, todos van a satisfacer sus intereses. Lo que menos me gusta de la sociedad son los políticos». Pero una vez llegado el coronavirus, «hay que aceptarlo porque una vez que lo aceptas deja de ser un problema«.
Antonio Olivella se despide con una última reflexión: «El día que el Señor me llame no iré a ninguna clínica, quiero salir muerto de mi casa. Antiguamente la gente nacía y moría en su casa. Los demás que hagan lo que quieran, pero yo moriré en mi casa«.
Fuente: www.65ymas.com